Unir dos mundos aparentemente antagónicos, como el de la filantropía y el del capital riesgo, parece en principio imposible. No obstante se está produciendo un movimiento de inversores interesados en iniciativas con impacto social. Hay que tener en cuenta que para llegar a los objetivos de desarrollo sostenible hacen falta 4.000 millones de dólares y en la actualidad tan sólo contamos con 1.400 millones.
Es necesario cambiar la mentalidad y empezar a hablar de valor compartido y de inversión con propósito. De cómo esta se convierte en ventaja competitiva y ayuda a crecer más. Se puede invertir con foco social sin perder la perspectiva financiera.
El objetivo de las inversiones de impacto social es generar un beneficio en la sociedad o el medio ambiente, además de un retorno financiero.
Según datos de Eurosif, las inversiones de impacto crecieron en Europa un 132% entre los años 2011-2013, y un 385% entre 2013-2015. En España la inversión de impacto social todavía es incipiente, si bien en los últimos años ha registrado un crecimiento exponencial, siendo del 207%.
La definición más aceptada de inversiones de impacto social es la de “aquellas que intencionadamente buscan un impacto social/medioambiental, cuantificable y medible, en conjunto con un retorno financiero, como mínimo igual al del capital principal invertido.” Así, los países de nuestro entorno han apostado decididamente por estimular la inversión de impacto social.
La contribución a una alimentación sana, la reducción de la huella de carbono, la bioagricultura, la integración laboral de colectivos vulnerables y la mejora de la calidad de vida de personas con discapacidad o de poblaciones desfavorecidas son algunos de los principales ámbitos de interés de este tipo de inversores en España.
E.C.
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